Fiesta de Santiago el Mayor (25 de Julio)

TRIDUO EN HONOR A SANTIAGO APÓSTOL
19:15h.    Exposición del Santísimo
                Rezo del Rosario
                Bendición del Santísimo
20:00h.    SANTA MISA
                Se termina con la Oración al Santo Patrono

25 DE JULIO  -  FIESTA
  8:00h.   SANTA MISA
20:00h.   MISA SOLEMNE
               Cantada por la Peña La Breva
21:00h.   PROCESIÓN con la imagen del Santo 
               por las calles del barrio según itinerario de costumbre.
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DATOS  HISTÓRICOS  DE  SANTIAGO  EL  MAYOR,  APÓSTOL

Santiago apóstol, natural de Betsaida (población galilea cercana a Cafarnaún, en la ribera del Lago Genesaret o Tiberiades), era hijo de Zebedeo y hermano mayor del apóstol Juan, el Evangelista. La madre de Santiago y Juan formaba parte del grupo de mujeres que acompañan a Cristo, y también una de las que estuvo presente contemplando de lejos el momento de la crucifixión y muerte de Cristo (cfr. Mt, 27, 55-56). Muy probablemente su nombre sea María Salomé.

Santiago, es llamado "el Mayor" para distinguirlo del otro apóstol Santiago “el Menor”, el hijo de Alfeo. El nombre Santiago es la traducción de Iákobos, trasliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob.

1. De pescador a “pescador de hombres” apóstol de Jesucristo

De oficio pescador junto a su padre y su hermano Juan, Santiago se movía en un círculo de pescadores entre los que también se encontraban los hermanos Pedro y Andrés. Ellos fueron los cuatro primeros en recibir la llamada al seguimiento de Jesucristo y formar parte del grupo de los Doce. El evangelista Marcos relata así el llamamiento de los cuatro primeros discípulos:

“Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él”  (Mc 1, 16-20).

Durante unos tres años Santiago fue testigo de primera mano de la vida y enseñanzas de Jesús, de sus milagros y acciones salvíficas, de sus gestos y palabras, de su ternura y misericordia. Testigo de su muerte y resurrección, recibió del Señor, junto a los demás apóstoles, el mandato misionero de bautizar y enseñar el Evangelio a todas las gentes hasta los confines del mundo:

 “Acercándose a ellos, Jesús les dijo: se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 18-20).

Además de todas las vivencias compartidas con los demás apóstoles y discípulos, Santiago, junto a su hermano Juan y también Pedro, serán testigos exclusivos de algunos acontecimientos de la vida de Jesús. Los evangelios dejan patente que a ellos tres el Señor los toma aparte para que estén presentes en algunos momentos especiales, por ejemplo, en el milagro de la resurrección de la hija de Jairo (cfr. Marcos 5, 21-43), en la Transfiguración del Señor en el monte Tabor (cfr. Lc 9, 28-36), en el huerto de Getsemaní con el fin de tener compañía y consuelo en su agonía la víspera de su muerte (cfr. Mt 26, 36-46).

2. Santiago y Juan, los hermanos “boanerges” (hijos del trueno)

Jesús apodó a Santiago y a Juan con el sobrenombre de “boanerges”, que significa “hijos del trueno”. Así lo recoge el evangelista Marcos cuando de forma breve detalla la lista de los Doce que Jesús ha elegido como apóstoles suyos:

“Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios: Simón, a quien puso el nombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo, y Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso el nombre de Boanerges, es decir, los hijos del trueno, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el de Caná y Judas Iscariote, el que lo entregó (Mc 3, 13-19).

¿Por qué Jesús les puso por sobrenombre Boanerges? Probablemente por el carácter y la personalidad audaz, decidida e impetuosa de los dos hermanos. Así, por ejemplo, tanto en Santiago como en Juan observamos un temperamento fuerte cuando camino de Galilea a Jerusalén proponen que “bajase fuego del cielo” sobre los samaritanos que no querían acoger a Jesús, y fue reprendido por esto.

“Jesús tomó la decisión de caminar a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?”. El se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea”. (Lc 9, 51-55).


3. La petición de la madre de los Zebedeos

Los evangelios recogen un bonito y edificante suceso que protagoniza principalmente la madre de Santiago y Juan cuando ésta, enviada por sus hijos, se acerca a Cristo para hacerle una ambiciosa petición para ellos.

“Se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: ¿Qué deseas? 
Ella contestó: Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Pero Jesús replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? 
Contestaron: Lo somos. 
Él les dijo: Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre” (Mt 20, 20-23).

4. Lección de humildad

La petición a Jesús antes comentada de Santiago y Juan, entendida erróneamente en términos de ambición política y temporal por los demás apóstoles, provoca en ellos una reacción de disgusto, celos e indignación contra los dos hermanos, hasta el punto que Jesús tiene que intervenir para enderezar la situación y darles a todos una lección de cuál debe ser la actitud del cristiano: la del servicio.

“Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 24-28).

5. Martirio y muerte de Santiago el Mayor

La muerte de Santiago, el Zebedeo, tiene lugar en Jerusalén en torno al año 42-44 (12-14 años después de la muerte de Cristo). Se nos relata escuetamente en Hech 12,1-2 y pone de manifiesto que fue el primero de los Doce que sufrió el martirio a manos de Herodes Agripa, rey de Judea y nieto de Herodes el Grande, quien había recibido el poder de Roma por unos años.

“Por aquel tiempo, el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener también a Pedro. Eran los días de los Ácimos. Después de prenderlo, lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él” (Hech 12, 1-5).

El evangelista Lucas, autor del Libro de los Hechos, no se preocupa demasiado en describir cómo sucedió el martirio de Santiago, a diferencia de lo que sucede con Esteban (Hech 7). En todo caso, la noticia sirve de introducción al hermoso relato de la liberación de Pedro de manos de las intenciones del judaísmo, en el contexto de la Pascua. Y es la consecuencia, sin duda, del anuncio de la resurrección por parte de los Apóstoles.

En efecto, las autoridades religiosas judías de Jerusalén llevaban tiempo prohibiendo a los Apóstoles y a la naciente comunidad cristiana las enseñanzas acerca de Jesucristo. El clima era tenso. Si tenemos en cuenta que Santiago había ocupado una posición destacada en la primitiva e incipiente Iglesia de Jerusalén, desempeñando un papel relevante entre los primeros cristianos y en el impulso evangelizador, resulta más que comprensible que Herodes Agripa, para silenciar las protestas de las autoridades religiosas, complacer a los judíos y dar un escarmiento a la comunidad cristiana, escogiera a Santiago como figura representativa para condenarlo a muerte. También pensó hacer lo mismo con el apóstol san Pedro.

La Liturgia de la fiesta de Santiago, el 25 de Julio, resalta esa condición de primer apóstol mártir: la Oración sobre las Ofrendas se refiere a él como "el primero de los apóstoles que bebió el cáliz de Cristo" (cfr. Mc. 10, 35-40).

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VIDEO SOBRE LA HISTORIA DEL APÓSTOL SANTIAGO


LITURGIA DE LA MISA DE LA FIESTA DE SANTIAGO APÓSTOL
25 DE JULIO


PRIMERA LECTURA
El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago


Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 33; 5, 12.27-33; 12.2



    En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor y hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los condujeron a presencia del Sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó: ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ese? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre. 

     Pedro y los apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da los que le obedecen. 

     Esta respuesta los exasperó, y decidieron acabar con ellos. Más tarde, el rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.


     Palabra de Dios

Salmo responsorial 66

R.- Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine tu rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus camino, todos los pueblos tu salvación. R/

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra. R/

La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe. R/

SEGUNDA  LECTURA
Llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús

Lectura de la segunda carta del Apóstol S. Pablo a los Corintios 4, 7-15

     Hermanos: El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. 
     Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros. 
     Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros. Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.

     Palabra de Dios.

EVANGELIO
Mi cáliz lo beberéis

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 20, 20-28

    En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: ¿Qué deseas? 
    Ella contestó: Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. 
   Pero Jesús replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? 
    Contestaron: Lo somos. 
    Él les dijo: Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre. 
   Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.

     Palabra del Señor



ORACIÓN DE LOS FIELES


Oremos a Dios nuestro Padre, que infundió la fuerza de su Espíritu Santo al apóstol Santiago para serle fiel hasta derramar su sangre y, por su intercesión, pidámosle por nuestra Parroquia, por España y por el mundo entero.

1. Por la Iglesia en España, para que los cristianos seamos fieles al Evangelio que nos predicó Santiago y sepamos transmitirlo a las generaciones que nos seguirán. Roguemos al Señor.

2. Por los gobernantes de nuestro país: que sus leyes respeten los derechos humanos y su dignidad, el bien del matrimonio, la vida desde el momento de la concepción y el derecho de los padres a elegir la educación que desean para sus hijos. Para que acierten en sus decisiones ante los graves problemas del paro y la crisis económica. Roguemos al Señor.

3. Por los enfermos, por los que sufren en el cuerpo o en el espíritu, por todas las víctimas de la violencia y del terrorismo, por los marginados, por los ancianos que están solos necesitados de cariño. Roguemos al Señor.

4. Por los misioneros y los que trabajan por anunciar a Cristo en situaciones difíciles, para que la intercesión del apóstol Santiago les infunda confianza, valentía y audacia. Roguemos al Señor.

5. Por nuestros familiares y amigos difuntos: para que Dios en su misericordia los acoja en la gloria de los santos. Roguemos al Señor.

6. Por los cristianos que formamos parte del Barrio y la Parroquia de Santiago el Mayor, para que por intercesión del Apóstol, reconozcamos siempre a Cristo como único Señor, demos siempre testimonio de él, y experimentemos el gozo de una vida cristiana coherente, auténtica y comprometida. Roguemos al Señor.

Padre, escucha las oraciones de tu Iglesia, vivifica nuestra fe, y haz que con amor apasionado anunciemos tu evangelio hasta los confines del mundo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.



Santiago Apóstol (Óleo de Rubens)


MEDITACIONES  SOBRE  SANTIAGO  APÓSTOL


I.  BENEDICTO XVI, AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 21 de junio de 2006

Queridos hermanos y hermanas: 
Proseguimos la serie de retratos de los Apóstoles elegidos directamente por Jesús durante su vida terrena. Hemos hablado de san Pedro y de su hermano Andrés. Hoy hablamos del apóstol Santiago.

Las listas  bíblicas de los Doce mencionan dos personas con este nombre:  Santiago, el hijo de Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc 3, 17-18; Mt 10, 2-3), que por lo general se distinguen con los apelativos de Santiago el Mayor y Santiago el Menor. Ciertamente, estas designaciones no pretenden medir su santidad, sino sólo constatar la diversa importancia que reciben en los escritos del Nuevo Testamento y, en particular, en el marco de la vida terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención al primero de estos dos personajes homónimos.

El nombre Santiago es la traducción de Iákobos, trasliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob. El apóstol así llamado es hermano de Juan, y en las listas a las que nos hemos referido ocupa el segundo lugar inmediatamente después de Pedro, como en el evangelio según san Marcos (cf. Mc 3, 17), o el tercer lugar después de Pedro y Andrés en los evangelios según san Mateo (cf. Mt 10, 2) y san Lucas (cf. Lc 6, 14), mientras que en los Hechos de los Apóstoles es mencionado después de Pedro y Juan (cf. Hch 1, 13). Este Santiago, juntamente con Pedro y Juan, pertenece al grupo de los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos importantes de su vida.

Dado que hace mucho calor, quisiera abreviar y mencionar ahora sólo dos de estas ocasiones. Santiago pudo participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Se trata, por tanto, de situaciones muy diversas entre sí:  en un caso, Santiago, con los otros dos Apóstoles, experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y Elías, y ve cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte.

Ciertamente, la segunda experiencia constituyó para él una ocasión de maduración en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera:  tuvo que vislumbrar que el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos.

Esta maduración de la fe fue llevada a cabo en plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de forma que Santiago, cuando llegó el momento del testimonio supremo, no se echó atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como nos informa san Lucas, "por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos e hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan" (Hch 12, 1-2). La concisión de la noticia, que no da ningún detalle narrativo, pone de manifiesto, por una parte, que para los cristianos era normal dar testimonio del Señor con la propia vida; y, por otra, que Santiago ocupaba una posición destacada en la Iglesia de Jerusalén, entre otras causas por el papel que había desempeñado durante la existencia terrena de Jesús.

Una tradición sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia suya en España para evangelizar esa importante región del imperio romano. En cambio, según otra tradición, su cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de Santiago de Compostela.
Como todos sabemos, ese lugar se convirtió en objeto de gran veneración y sigue siendo meta de numerosas peregrinaciones, no sólo procedentes de Europa sino también de todo el mundo. Así se explica la representación iconográfica de Santiago con el bastón del peregrino y el rollo del Evangelio, características del apóstol itinerante y dedicado al anuncio de la "buena nueva", y características de la peregrinación de la vida cristiana.

Por consiguiente, de Santiago podemos aprender muchas cosas:  la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la "barca" de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de la vida. Así, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de adhesión generosa a Cristo. Él, que al inicio había pedido, a través de su madre, sentarse con su hermano junto al Maestro en su reino, fue precisamente el primero en beber el cáliz de la pasión, en compartir con los Apóstoles el martirio.

Y al final, resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía, simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano II. Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino.


II.  (Tomada de: Francisco Fernández Carvajal, Hablar con Dios.)

- Beber el cáliz del Señor.
- No desalentarse por las propias flaquezas. Acudir al Señor.
- Acudir a la Virgen en las dificultades


I. Pasando Jesús junto al lago de Galilea vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban repasando las redes, y los llamó, y les dio el nombre de «Boanerges», que significa «hijos del Trueno» (1).
«Todo comenzó cuando algunos pescadores del lago de Tiberiades fueron llamados por Jesús de Nazareth. Acogieron esta llamada, lo siguieron y vivieron con Él cerca de tres años. Fueron partícipes de Su vida cotidiana, testigos de Su plegaria, de Su bondad misericordiosa con los pecadores y con los que sufrían, de Su poder. Escucharon atentos Su palabra, una palabra jamás oída». En este tiempo, los discípulos tuvieron el conocimiento «de una realidad que, desde entonces, les poseerá para siempre; precisamente la experiencia de la vida con Jesús. Se había tratado de una experiencia que había roto la trama de la existencia precedente; habían tenido que dejar todo, familia, profesión, posesiones. Se había tratado de una experiencia que les había introducido en una nueva manera de existir» (2).

Un día el invitado a seguirle fue Santiago, hijo de Salomé, una de las mujeres que servían a Jesús con sus bienes y que estuvo presente en el Calvario, y hermano de Juan. El Apóstol conocía ya al Señor antes de que éste le llamara definitivamente, y gozó de una particular predilección, junto a Pedro y a su hermano: estuvo presente en la glorificación del Tabor (3), presenció el milagro de la resurrección de la hija de Jairo y fue uno de los tres que el Maestro tomó consigo para que le acompañaran en Getsemaní (4) en el comienzo de la Pasión. Por su celo impetuoso, el Señor dio a estos dos hermanos el sobrenombre de Boanerges, los hijos del trueno.

El Evangelio de la Misa nos narra un acontecimiento singular de la vida de este Apóstol. Jesús acababa de hablar de la proximidad de su Pasión y Muerte en Jerusalén: subimos a Jerusalén les había dicho y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles para burlarse de él y azotarlo y crucificarlo, pero al tercer día resucitará (5). El Maestro siente la necesidad de compartir con los suyos estos sentimientos que embargan su alma. Y es en estas circunstancias cuando se acercó a Él la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró para hacerle una petición (6). Le ruega que reserve para ellos dos puestos eminentes en el nuevo reino, cuya llegada parece inminente. Jesús se dirige a los hermanos y les pregunta si pueden compartir con Él su cáliz, su misma suerte. Ofrecer la propia copa a otro para beber era considerado en la antigüedad como una gran prueba de amistad. Ellos respondieron: ¡Podemos! (7). «Era la palabra de la disponibilidad, de la fuerza; una actitud propia no sólo de gente joven, sino de todos los cristianos, y especialmente de todos los que aceptan ser apóstoles del Evangelio» (8). Jesús aceptó la respuesta generosa de los dos discípulos y les dijp: Mi cáliz sí lo beberéis», participaréis en mis sufrimientos, completaréis en vosotros mi Pasión. Poco tiempo más tarde, hacia el año 44, Santiago moriría decapitado por orden de Herodes (9), y Juan sería probado con innumerables padecimientos y persecuciones a lo largo de su vida.

Desde que Cristo nos redimió en la Cruz, todo sufrimiento cristiano consistirá en beber el cáliz del Señor, participar en su Pasión, Muerte y Resurrección. Por medio de nuestros dolores completamos en cierto modo su Pasión (10), que se prolonga en el tiempo, con sus frutos salvíficos. El dolor humano se convierte en redentor porque se halla asociado al que padeció el Señor. Es el mismo cáliz, del que Él, en su misericordia, nos hace partícipes. Ante las contrariedades, la enfermedad, el dolor, Jesús nos hace la misma pregunta: ¿podéis beber mi cáliz? Y nosotros, si estamos unidos a Él, sabremos responderle afirmativamente, y llevaremos con paz y alegría también aquello que humanamente no es agradable. Con Cristo, hasta el dolor y el fracaso se convierten en gozo y en paz. «Ésta ha sido la gran revolución cristiana: convertir el dolor en sufrimiento fecundo; hacer, de un mal, un bien. Hemos despojado al diablo de esa arma...; y, con ella, conquistamos la eternidad» (11).

II. Desde que Santiago manifestó sus ambiciones, no del todo nobles, hasta su martirio hay un largo proceso interior. Su mismo celo, dirigido contra aquellos samaritanos que no quisieron recibir a Jesús porque daba la impresión de ir a Jerusalén (12), se transformará más tarde en afán de almas. Poco a poco, conservando su propia personalidad, fue aprendiendo que el celo por las cosas de Dios no puede ser áspero y violento, y que la única ambición que vale la pena es la gloria de Dios. Cuenta Clemente de Alejandría que cuando el Apóstol era llevado al tribunal donde iba a ser juzgado fue tal su entereza que su acusador se acercó a él para pedirle perdón. Santiago... lo pensó. Después lo abrazó diciendo: «la paz sea contigo»; y recibieron los dos la palma del martirio (13).

Al meditar hoy sobre la vida del Apóstol Santiago nos ayuda no poco comprobar sus defectos, y los de aquellos Doce que el Señor había elegido. No eran poderosos, ni sabios, ni sencillos. Los vemos a veces ambiciosos, discutidores (14), con poca fe (15). Santiago será el primer Apóstol mártir (16). ¡Tanto puede la ayuda divina! ¡Cuántas gracias dará en el Cielo a Dios por haberlo llevado por caminos tan distintos de los que él había soñado! Así es el Señor: porque es bueno e infinitamente sabio, y nos ama, en muchas ocasiones no nos da aquello que le pedimos, sino lo que nos conviene.

Santiago, como los demás Apóstoles, tenía defectos y flaquezas que se pueden ver con claridad en los relatos de los Evangelistas. Pero, junto a estas deficiencias y fallos, tenía un alma grande y un gran corazón. El Maestro fue siempre paciente con él y con todos, y contó con el tiempo para enseñarles y formarlos con una sabia pedagogía divina. «Fijémonos escribe San Juan Crisóstomo en cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: "¿Podéis soportar la muerte? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?", sino que sus palabras son: ¿Podéis beber el cáliz? Y, para animarlos a ello, añade: Que yo tengo que beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su Pasión le da el nombre de bautismo, para significar con ello que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo» (17).

También a nosotros nos ha llamado el Señor. No demos entrada al desaliento si alguna vez las flaquezas y los defectos se hacen patentes. Si acudimos a Jesús, Él nos alentará para seguir adelante con humildad, más fielmente. También el Señor tiene paciencia con nosotros, y cuenta con el tiempo.

III. En la Segunda lectura de la Misa, San Pablo nos recuerda: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros (18). Somos algo quebradizo, de poca resistencia, que sin embargo puede contener un tesoro incomparable, porque Dios obra maravillas en los hombres, a pesar de sus debilidades. Y precisamente para que se vea que es Él quien actúa y da la eficacia, ha querido escoger a los flacos para confundir a los fuertes, y a las cosas viles y despreciables del mundo y a aquellos que eran nada para destruir a los que son, a fin de que ningún mortal se jacte ante su acatamiento (19). Esto escribe quien en otro tiempo persiguió a la Iglesia. Los cristianos, al llevar a Dios en el alma, podemos vivir a la vez «en el Cielo y en la tierra, endiosados; pero sabiendo que somos del mundo y que somos tierra, con la fragilidad propia de lo que es tierra: un cacharro de barro que el Señor se ha dignado aprovechar para su servicio. Y cuando se ha roto, hemos acudido a las lañas, como el hijo pródigo: he pecado contra el Cielo y contra Ti...» (20). Esas lañas que se ponían antiguamente a las vasijas que se rompían, para que siguieran siendo útiles.

Dios hace eficaz a quien tiene la humildad de sentirse como una vasija de barro, a quien lleva en su cuerpo la mortificación de Jesús (21), a quien bebe el cáliz de la Pasión, el mismo que Jesús bebió y al que invitó a Santiago.
La tradición nos habla de este Apóstol predicando en España. Su afán de almas le llevó hasta el extremo del mundo conocido. La misma tradición nos cuenta las dificultades que encontró en estas tierras en los comienzos de su evangelización, y cómo Nuestra Señora se le apareció en carne mortal para darle ánimos. Es posible que a nosotros también nos llegue el desaliento en alguna ocasión y que nos encontremos algo abatidos por los obstáculos que dificultan nuestros deseos de llevar a Cristo a otras almas. Podemos incluso encontrar incomprensiones, burlas, oposiciones. Pero Jesús no nos abandona. Acudiremos a Él, y podremos decir con San Pablo: Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados... (22). Y acudiremos a Santa María, y en Ella, como el Apóstol Santiago, encontraremos siempre aliento y alegría para seguir adelante en nuestro camino.

(1) Antífona de entrada. Cfr. Mt 4, 18; 21; Mc 3, 17.-  (2) C. CAFFARRA, Vida en Cristo, EUNSA, Pamplona 1988, pp. 19-20.-  (3) Mt 17, 1 ss.-  (4) Mt 26, 37.-  (5) Mt 20, 17-19.-  (6) Mt 20, 20.-  (7) Mt 20, 22.-  (8) JUAN PABLO II, Homilía en Santiago de Compostela, 9-XI-1982.-  (9) Hech 12, 2.-  (10) Cfr. Col 1, 24.-  (11) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Surco, n. 887.-  (12) Lc 9, 53.-  (13) Cfr. CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Hypotyp., VII, citado por EUSEBIO, Historia Ecclesiastica, 11, 9.-  (14) Lc 22, 24-47.-  (15) Mt 14, 31.-  (16) Cfr. Hech 12, 2.-  (17) LITURGIA DE LAS HORAS, Segunda lectura. SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 65, 3-4.-  (18) 2 Cor 4, 7.-  (19) 1 Cor 1, 27-29.-  (20) S. BERNAL, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Rialp, 2ª ed., Madrid 1976, epílogo.-  (21) Cfr. Segunda lectura. 2 Cor 4, 10.-  (22) Segunda lectura. 2 Cor 4, 8.




ORACIÓN A SANTIAGO APÓSTOL

  • Tú que fuiste hombre de carácter y ambicioso, ayúdanos a ser fuertes en la fe y en ambicionar los bienes del cielo.
  • Tú, el primero en derramar la sangre por Cristo, ayúdanos con más radicalidad, a volcarnos por el Evangelio.
  • Tú, predilecto del Señor, enséñanos a vivir más unidos a El.
  • Tu, que valientemente te acercaste hasta España, empújanos para llevar el mensaje de salvación a todos los rincones de nuestra patria.
  • Tú, que en el camino hacia el corazón de los hombres, encontraste la ayuda prodigiosa de Santa María, que sea Ella, también, el pilar para fortalecer nuestra fe.
  • Tú, que te aventuraste a sembrar en el final de la tierra, haz que no tengamos miedo para seguir siendo portadores y anunciadores de Cristo. 
  • Tú que dejaste caer la semilla en el surco de nuestra tierra sé nuestro patrón para desarrollar y dejar la huella de Jesús en los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
  • Tú, que en el Campo de las Estrellas de Galicia sigues brillando con singular fuerza, ayúdanos a destellar por la fuerza de nuestras palabras por el testimonio de nuestras obras y por la grandeza de nuestra fe.
  • Tú, que bebiste el trago amargo del cáliz del Señor, levántanos cuando, en el afán evangelizador, nos asolen las pruebas o pesen las cruces. 
  • Tú, que eres punto final de un camino; conviértenos en puentes entre Dios y los hombres en estrellas que iluminen la noche oscura en senderos que lleven al encuentro con Jesús en posadas donde los corazones descansen en horizonte de un mañana mejor en palabra oportuna frente al desaliento y la desesperanza.
  • Y, si en los atajos inciertos y traicioneros de la vida, nos perdemos, confundimos o nos aturdimos indícanos con tu mano y, ante el Espíritu, intercede para que volvamos a la amistad con Jesucristo. Amén.