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1. Participar en la Santa Misa. El Año de la Fe quiere promover el encuentro personal con Jesús. En el modo más inmediato, esto tiene lugar en la Eucaristía. Una participación regular en la Misa refuerza la propia fe a través de las Escrituras, el Credo, las oraciones, la música sagrada, la homilía, recibiendo la Comunión y formando parte de una comunidad de fe.
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2. Confesarse. Como para la Misa, los católicos reciben fuerza y profundizan su fe celebrando el sacramento de la Penitencia y Reconciliación. La confesión llama a volver a Dios, a expresar dolor por las caídas y a abrir la propia vida al poder de la gracia sanadora de Dios. Perdona las heridas del pasado y da fuerza para el futuro.
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3. Conocer las vidas de los santos. Los santos son ejemplos válidos para todos los tiempos de cómo vivir una vida cristiana, y suscitan una esperanza infinita. No sólo eran pecadores que incesantemente buscaban caminar hacia Dios, sino que ejemplifican también las modalidades con las cuales servir a Dios: la enseñanza, el trabajo misionero, la caridad, la oración, y sencillamente esforzarse por agradar a Dios en las acciones y decisiones ordinarias de la vida cotidiana.
4. Leer la Biblia cada día. La Biblia ofrece un acceso directo a la Palabra de Dios y narra la historia de la salvación de los hombres. Los católicos rezan con las Escritura (siguiendo el método de la Lectio Divina u otros) para sintonizarse mejor con la Palabra de Dios. No se puede prescindir de la Biblia para un sano crecimiento durante el Año de la Fe.
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5. Leer los documentos del Concilio Vaticano II. El Concilio Vaticano II (1962-1965) ha traído una gran renovación en la Iglesia. Una renovación en la celebración de la Misa, en el rol de los laicos, en la auto-comprensión de la Iglesia y en la relación con los otros cristianos y con los no cristianos. Para llevar adelante la renovación, los católicos deben conocer lo que enseña el Concilio y cómo enriquece la vida de los creyentes.
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6. Estudiar el Catecismo. El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado exactamente 30 años después del comienzo del Concilio, trata en un solo libro los dogmas de fe, la doctrina moral, la oración y los sacramentos de la Iglesia Católica. Es un verdadero recurso para crecer en la comprensión de la fe.
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7. Voluntariado en la parroquia. El Año de la Fe no puede limitarse al estudio y a la reflexión. El sólido fundamento de las Escrituras, del Concilio y del Catecismo debe traducirse en acción. Un óptimo lugar para comenzar es la parroquia, ya que los carismas de cada uno ayudan a construir la comunidad. Todos son bienvenidos para convertirse en ministro de acogida, músico litúrgico, lector, catequista y muchos otros roles de la vida parroquial.
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8. Ayudar a los necesitados. La Iglesia exhorta a los católicos a donaciones de caridad y a socorrer a los necesitados durante el Año de la Fe, ya que en el pobre, el marginado y el vulnerable se encuentra Cristo personalmente. Ayudarlos nos conduce cara a cara con Cristo y constituye un ejemplo para todos los demás.
9. Invitar a un amigo a Misa. El Año de la Fe tiene ciertamente una relevancia global, y quiere promover una renovación de fe y de evangelización para toda la Iglesia, pero un cambio real tiene lugar a nivel local. Una invitación personal puede realmente marcar la diferencia para alguien que se ha alejado de la fe o se siente ajeno a la Iglesia. Todos conocemos personas así: por eso es bueno poder invitarlas amigablemente.
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10. Encarnar las Bienaventuranzas en la vida de todos los días. Las Bienaventuranzas (Mt. 5, 3-12) ofrecen un rico programa para la vida cristiana. Ponerlas en práctica es muy útil para ser más humildes, más pacientes, más justos, más transparentes, más misericordiosos y más libres. Es precisamente el ejemplo de fe vivida el que atraerá hacia la Iglesia en el Año de la Fe